Publicado originalmente en “¿Crítico, yo?”
Primero que nada, debo decir que festejé y mucho. Lejos de mí estuvo ese afán popular de ponerse la camiseta argentina y gritar “Ganamos”. Yo no gané nada, soy un argentino más que se puso muy contento de que una película argentina con evidentes méritos cinematográficos lograra un éxito descomunal en la taquilla nacional, y terminé explotando con el Oscar en manos de Campanella. Más allá de la excelencia técnica y artística del film, mi alegría se debió fundamentalmente a que es la película menos concesiva de las filmadas por Campanella en nuestro país la que más cautivó al espectador local y la que pasó a la historia del cine nacional por haber obtenido el reconocimiento mayor de Hollywood.
Sin embargo, luego de la premiación, y del ocurrente chiste de Campanella (que, dicho sea de paso, le pasó el trapo a las aburridas intervenciones cómicas de Steve Martin y Alec Baldwin, una dupla que daba para mucho más), llegaron las repercusiones mediáticas nacionales e internacionales. Poco importan aquí las internacionales, nos alegramos de que Campanella haya sorprendido a muchos cronistas del mundo. Y debo decir que, aunque considero que esta es una gran puerta que se le abre al cine argentino en términos comerciales, el Oscar trajo aparejado un sinnúmero de comentarios muy poco felices.
Los medios locales posaron sus ojos, como pocas veces en la historia, en el cine argentino. Esto es una verdad a medias. Los medios posaron sus ojos en el cine de Campanella, no en la totalidad del cine argentino, ni como médio artístico, ni como industria. Se habla, y está muy bien, de El secreto de sus ojos. El problema es que, al hablar del cine argentino, la mirada sigue reposándose en este film, cometiendo el mismo error que cometen los espectadores. Mientras Campanella y elenco no se cansan de repetir que este es un triunfo para el cine nacional, los medios se apropian de la mirada del espectador, y terminan fomentando la idea de que el cine nacional comienza y termina en El secreto….Promover encuestas como “¿El secreto de sus ojos es la mejor película de la historia argentina?” es alimentar la ignorancia del espectador (dicha encuestá se publicó en un sitio web, y un 67% de la gente contestó que “SI”). Afortunadamente, el cine argentino no comienza y termina en El secreto…, y esto lo sabe hasta el propio Campanella. Por más que los medios se empecinen en hincharle el ego, no van a lograr que un hombre maduro e inteligente como él crea que el cine argentino en su totalidad le pertenece.
Lo peor no es la propagación mediática de esta idea. A fin de cuentas, fenómenos del cine argentino como este hubo muchos, en mayor o menor medida. Recordemos el estreno de Nueve reinas, un fenómeno comercial mucho menor al del film de Campanella, pero que suscitó todo un boom local, al que se le sumó la noticia de la remake norteamericana del film. Lo peor es la bajada de línea mediática que afirma que todo el cine argentino debe responder a los lineamientos de El secreto…, porque es lo que la gente quiere ver y lo que premian en Hollywood.
En ese sentido, leí recientemente una nota en el sitio web de la revista El Amante firmada por el excelente crítico Leonardo M. D’Espósito, en la que me enteré de la iniciativa promovida por la presidenta del INCAA de hacer una suerte de sondeo entre los espectadores locales para ver qué tipo de cine querían ver. Para D’Espósito esta es una idea peligrosa, que puede anular al cine argentino menos convencional y más arriesgado. Desde mi ingenuidad, creo que este “focus group” puede ser un arma de doble filo. Si se lo toma desde el Instituto de Cine como un manual de instrucciones, estamos en problemas. Por el contrario, esto bien puede ser una herramienta para quienes más desearían contar con ella, los productores mayores, que vienen siguiendo los pasos de las industrias más importantes. Muchas de estas empresas productoras tienen su propio departamento de desarrollo de proyectos, que intenta brindarle una coherencia artística al producto a lanzar y suele estar atento a la demanda de la gente. Si de la implementación de un “focus group” pueden surgir más películas de factura artística similar a El secreto…, Nueve reinas, Tiempo de valientes o Música en espera y menos comedietas de cabotaje, de bajo vuelo y pocas ideas, bienvenida sea.
El problema del cine argentino no es el cine poco convencional que no va a ver nadie, sino las malas películas que, por una promoción insistente, llenan salas, no le dan lugar a los buenos exponentes de la industria local y fomentan la idea de que el buen cine argentino solo puede ser El secreto de sus ojos, porque el resto es Papá se volvió loco y muchas otras películas de calibre similar. Si esta herramienta le sirve a los grandes productores, no veo cuál es el problema (a fin de cuentas, la lista de las grandes películas norteamericanas que surgieron de estudios de mercado es interminable). Ahora bien, si esto es la génesis de un programa del Instituto destinado a determinar el tipo de cine que debe producir, sí estamos ante algo alarmante.
La pulseada, como siempre, es entre las dos concepciones, aparentemente opuestas e irreconciliables, del cine como arte o espectáculo. Alguien como yo, que cree, tal vez ingenuamente, en la convivencia pacífica entre estas dos concepciones, que entiende que un producto artístico puede no buscar el entretenimiento, y que un buen producto de entretenimiento no busca escaparle a los méritos artísticos, se alegra por el Oscar a un film como El secreto de sus ojos, porque, a diferencia de La historia oficial (cuyo galardón estuvo atravesado por las consideraciones políticas del momento, emanadas por el propio film), son sus méritos puramente artísticos los que lo han llevado a ganar el Oscar, y los que lo han convertido antes en un fenómeno de taquilla local, como pocas veces ha ocurrido en la historia del cine nacional.