Este es un análisis de la película dirigida por Brian Percival, no intenta ser una simple crítica, por lo cual sabrán disculpar si me excedo en su extensión.
Este análisis se originó a partir de la necesidad de volcar todas las ideas que me surgieron luego del visionado de la película, intentando ordenar todas esas ideas para compartirlas en el marco de un cine debate.
La primera impresión que tuve de la película fue, a grandes rasgos, buena. Pese a esto, hay ciertos elementos que me resultaron cuanto menos molestos desde el mismo momento que la vi. Por otro lado, hubo otras cosas que me despertaron determinadas preguntas que, con el paso de los días, terminaron convirtiéndose en respuestas que inclinaron la balanza hacia una postura negativa de la película. Para ordenar mis ideas, empecé a leer la novela en la cual está basada la película, y varias preguntas se trasladaron también al libro, con resultado ambiguo (hay cuestiones que en el libro parecen haber sido mejor ejecutadas que en la película y otros elementos que me resultaron difíciles de digerir también en el libro).
Aclaración: Este análisis contiene varios “spoilers”, necesarios para explicar ciertas cuestiones. Se recomienda leer el artículo luego de ver la película.
Parte I: Detalles molestos de la realización
El idioma y su interpretación: Se sabe que, por una necesidad de penetrar sin inconvenientes en el mercado estadounidense y en el mercado inglés, muchas películas que cuentan historias que transcurren en países de habla no inglesa se realizan en idioma inglés y con elenco de habla inglesa. Esto puede acercar al público anglosajón, poco afecto al idioma extranjero en la gran pantalla, y alejarnos a quienes estamos acostumbrados a ver películas en idiomas distintos del nuestro, por encontrar irreales estas transposiciones idiomáticas (a mí me pasó, por ejemplo, con El pianista, película que me chocó que sea hablada en inglés y no en polaco).
Si esto puede ser un defecto en sí, algo directamente incomprensible es que los actores hablen en un inglés extranjero, afectado por un acento que se supone alemán, lo que sucede en La ladrona de libros. Si los actores hablan en un inglés natural, a algunos nos molestará, pero se puede construir un verosímil aceptando ese código. Si los actores hablan en inglés pero como extranjeros, convierten al idioma de la película en un elemento artificial, generando una pregunta inevitable: “Si les cuesta hablar en inglés, ¿por qué hablan todo el tiempo en inglés y no en el idioma de los personajes?”
La ladrona/rescatista de libros: Liesel, más que ser una ladrona, rescata libros de una eventual muerte, y este accionar la ayuda en su proceso de alfabetización. Lo que hace Liesel con los libros es lo mismo que hace luego Hans con Max, el joven judío que se esconde en casa de los Hubermann. En la primera parte de la novela, Zusak escribe: “…hay que tener en cuenta que el primero lo robó a la nieve y el segundo a las llamas, sin olvidar que otros no los robó, sino que se los dieron.” Zusak deja en claro que Liesel no roba libros sino que los rescata. En la película, este elemento que se supone secundario pero con la suficiente trascendencia como para darle título al relato, es excesivamente menor, su peso se diluye a lo largo del metraje.
Estetización de la muerte: En 1960, con el estreno de Kapó, de Gillo Pontecorvo, se abrió un debate entre críticos y realizadores europeos, acerca de cómo narrar el horror de la Shoá, un hecho histórico humanamente imposible de comprender. Kapó expone el horror de los campos de concentración empleando múltiples golpes bajos, música estridente y desatinos varios. Uno de ellos es la necesidad de reencuadrar el plano de una mujer suicidándose contra el alambre de puas electrificado, de modo tal de concebir un plano formalmente bello o, cuanto menos, demasiado correcto. El debate que disparó esa película se mantiene hasta hoy, por eso para muchos fue muy difícil de digerir La vida es bella de Roberto Benigni, por el despropósito ético que implicaba concebir una fábula optimista en torno a los campos (para mí se justifica en ese caso, por la intención de narrar lo difícil que es para un padre explicarle a un niño algo que hasta para un adulto es difícil de comprender, pero ese es otro tema).
En el caso de La ladrona de libros, hay una muerte que no sólo está narrada desde el artificio sino que implica una estetización de la muerte, similar a la de Kapó. Es la muerte de Rudy, el amigo de Liesel, cerca del final de la película. Rudy, antes de morir, intenta decirle a Liesel que la ama, pero su cabeza se da vuelta y muere. En la versión literaria, Markus Zusak opta por un final igual de trágico pero más realista, Liesel lo encuentra muerto. Brian Percival elige darle un toque telenovelesco al final de Rudy y eso termina generando el momento más artificial de la película. Si al resto le encontramos cierta vuelta para que todo nos resulte verosímil, el final de Rudy, que representa la suma de todos los clichés posibles, es uno de los momentos más molestos de la película para cualquiera que haya visto dos o más películas en su vida. La muerte de Rudy es, a fin de cuentas, como esos juegos de niños en los que uno dispara a otro y el otro tarda en caer para luego voltear abruptamente su cabeza. Hasta ahí el artificio, pero la escena no termina ahí. El director decide elevar la cámara inmediatamente después de su muerte para reencuadrar a Liesel despidiendo a Rudy desde un plano cenital en el que se lo ve junto con la ciudad en ruinas. Este reencuadre no tiene nada que envidiarle al famoso travelling de Kapó (sin los campos de concentración, pero con un niño muerto), por cuanto intenta la belleza y la corrección formal en torno a algo tan grave como la muerte.