El cine israelí comenzó a florecer y a consolidarse en la década del sesenta, y entre esa década y la del setenta, se destacaron las carreras de tres realizadores que terminaron constituyéndose en íconos del cine israelí: Menahem Golan, Uri Zohar y Efraim Kishon.
Golan se caracterizaba por su prolífica y ecléctica filmografía como director y como productor, lo que lo llevaría a emigrar a Hollywood y hacer carrera en el cine de acción clase B de la década del ochenta. Uri Zohar descollaba con sus comedias que viraban de lo popular al cine moderno heredero de la “nouvelle vague”. Y Efraim Kishon, a diferencia de Golan y Zohar, se destacaba por sus sátiras sociales, las cuales representaron el primer acercamiento del cine israelí a los galardones internaciones. Dos de sus películas, Sallah Shabati (1964) y El policía Azulay (1971), fueron nominadas a los Oscar y ganaron el Globo de Oro a mejor película extranjera. Sallah Shabati, la primera película de Kishon y producida por Menahem Golan, además de ser la primera película israelí que llegó a los Oscar, fue el primer gran éxito de público del cine israelí, posicionándose como la película más vista hasta entonces y la tercera más vista en la historia, de acuerdo a estadísticas locales.
Esta historia de un inmigrante mizrají que llega con su familia a un kibutz y cuya pereza choca con las duras reglas del kibutz (la película en sí es una crítica brutal a los procesos de absorción de inmigrantes de aquel entonces) colocó de lleno en la industria del cine israelí a un autor que para ese momento ya era reconocido como un excepcional escritor y satirista, y sus libros eran traducidos a varios idiomas, y fue también la película que llevó a su actor principal, Jaim Topol, a protagonizar El violinista en el tejado.
Entre Sallah Shabati y El policía Azulay, sus dos películas más premiadas, Kishon realizó otras dos comedias, Ervinka (1966), donde volvió a contar con Topol, esta vez como un muchacho vago y despreocupado, y Tealat Blaumilch (El canal de Blaumilch, 1969).
El canal de Blaumilch cuenta la historia de un lunático llamado Blaumilch, interpretado por Bomba Tzur, que escapa de un neuropsiquiátrico, encuentra un taladro, se detiene en el medio de la calle Allenby de Tel Aviv y comienza a hacer una perforación. La policía y los funcionarios municipales, lejos de tomarlo como a un loco, comienzan a colaborar con él sin darse cuenta que esa obra carece de cualquier tipo de sentido, y para cuando se dan cuenta de la realidad de los hechos, la calle Allenby quedó transformada en un canal y Tel Aviv es llamada “la Venecia del Mediterráneo”.
Lo que destaca a El canal de Blaumilch del resto del cine de Kishon, es su aguda y satírica forma de abordar la burocracia estatal, la inoperancia de los funcionarios públicos y el oportunismo de los políticos. A diferencia de, por ejemplo, Sallah Shabati, donde es imposible separar el conflicto principal del contexto sociopolítico de la época, El canal de Blaumilch toma como base una de las calles más importantes de Tel Aviv, pero su argumento bien podría situarse en cualquier otro país y en cualquier época, sin perder vigencia. La única película de Kishon que posee esta característica es Hashual be’lul hatarnegolot (El zorro en el gallinero, 1978), donde narra cómo un político termina alterando la calma de un pueblo que no conoce de conflictos. Aquella película terminó siendo la última de Kishon porque no pudo reponerse anímicamente de su fracaso comercial, luego de una carrera que incluyó más lauros y popularidad que ningún otro cineasta israelí hasta entonces.
En El canal de Blaumilch se puso en juego, tal vez como en ninguna otra película israelí hasta entonces, el humor europeo de Kishon, propio de su origen húngaro. Un tipo de humor que influyó notablemente en la comedia israelí en general, pero que contrastaba con el tipo de comedias que ofrecían realizadores como Golan, Zohar o Boaz Davidson, por citar sólo algunos nombres.
Uno de los elementos humorísticos está dado por el ruido del taladro y de las maquinarias, que le hacen imposible la vida a los vecinos de la calle. Kishon, que era un amante del silencio, utiliza el ruido como un recurso cómico, mostrándose como un artista que, si bien provenía de las letras, entendía al máximo la potencialidad del lenguaje audiovisual.
El canal de Blaumilch, además de sus virtudes narrativas, fue una producción a gran escala que sorprende hasta hoy, sobre todo en comparación con el modelo de producción que había en Israel por aquel entonces. Para inundar la calle Allenby, Kishon decidió recrearla en los Estudios Herzliya, y construir en aquellos escenarios el gran canal que se refleja en la película.
Un dato no menor es que en esta película aparece por segunda vez (ya había aparecido en Ervinka), el personaje del policía torpe interpretado por Shaike Ofir, uno de los actores más trascendentes en la historia del espectáculo israelí. Dos años después, una versión más delineada de este personaje y encarnado por el mismo actor, protagoniza el film de Kishon El policía Azulay. Azulay, junto con Sallah Shabati, son dos de los personajes más icónicos en la historia del cine israelí, lo que demuestra la enorme influencia que ha tenido el humor de Kishon en la sociedad.