Estreno en España: 31 Agosto 2007
Puntuación:
Sinopsis
Alain (Gérard Depardieu), un cantante de salas de fiesta, conoce a Marion (Cécile de France), una joven a la que dobla la edad. A pesar de la química que hay entre los dos desde el primer momento, ambos son conscientes de que su historia de amor es imposible.
Crítica de Cine.com por Leo Aquiba Senderovsky
Gérard Depardieu protagoniza esta película romántica, interpretando a un cantante venido a menos, patético, decadente y cursi por donde se lo mire, que conoce a una joven mujer, madre soltera, y busca cualquier excusa con tal de acercarse y enamorarla. No faltan los enredos habituales y mucha música romántica (no solo la de Alain Moreau, el personaje, sino también hermosos y esenciales “oldies”). Pero tampoco falta el mejor y más fresco Depardieu, extrayendo de su ilimitada paleta de personajes, su costado más cálido y sensible. Junto a él, una hermosa Cécile de France, que oculta más de lo que muestra. Un film bello y sencillo, consecuentemente meloso, con escenas que emulan el cine romántico clásico (Depardieu podría ser una suerte de Bogart gordo y con más pelo, aunque difícilmente el viejo Humphrey se hubiera prestado a cantar), y con la parsimonia, las sutilezas, y los conflictos naturales de un drama bien narrado.
Dirección y guión: Xavier Giannoli.
País: Francia.
Año: 2006.
Duración: 112 min.
Género: Drama romántico, musical.
Elenco: Gérard Depardieu (Alain Moreau), Cécile de France (Marion), Mathieu Amalric (Bruno), Christine Citti (Michèle), Patrick Pineau (Daniel), Alain Chanone (Philippe Mariani).
Producción: Edouard Weil y Pierre-Ange Le Pogam.
Música: Alexandre Desplat.
Fotografía: Yorick Le Saux.
Montaje: Martine Giordano.
Dirección artística: François-Renaud Labarthe.
Vestuario: Nathalie Benros.
Estreno en Francia: 13 Sept. 2006.
Filmografía de Xavier Giannoli
Quand j’étais chanteur (2006)
Une aventure (2005)
Corps impatients, Les (2003)
Interview, L’ (1998)
Dialogue au sommet (1996)
J’aime beaucoup ce que vous faites (1995)
Terre sainte (1994)
Condamné, Le (1993)
CÓMO SE HIZO “CHANSON D’AMOUR”
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Entrevista a Xavier Giannoli
¿De dónde nace la idea de Chanson d’Amour?
En primer lugar, me viene a la mente mi padre, de pie, en la cocina, cantando canciones corsas u ópera. Mi padre estaba siempre cantando, de la mañana a la noche. También está Christophe, el genial creador (en aquella época, con traje blanco) de los Paraísos Perdidos. Le conozco desde que era pequeño. Fue él quien me hizo ver las primeras películas, en su proyector de 35. Siempre ha sido y seguirá siendo muy importante en mi vida. Pues bien, la película ha recorrido este mismo itinerario, aunque de manera oblicua…
¿Pero hay algo que podamos considerar como el desencadenante?
Si pudiera expresarlo con palabras, creo que no lo filmaría… Está la propia canción. Lo que ocurre cuando escucho una canción, el por qué de la emoción que siempre he sentido, el por qué de su importancia: ese momento. Creo que todo el mundo lo ha experimentado alguna vez, es bastante universal. “Au clair de la lune” ha aliviado nuestros primeros miedos infantiles. Algunas canciones me arrastran con ellas, un poco como las películas, despliegan sus alas, se erigen en mundo aparte. El músico y productor Phil Spector hacía “Sinfonías de bolsillo”. Él se refería a otra cosa, pero me gustó mucho esta fórmula aplicada a una canción como L’Anamour. Me gusta la poesía de la canción que llamamos “de texto”, claro, pero sobre todo, la canción romántica o popular, lo que llamamos el género de las variedades, más o menos sofisticadas… Pero habría que ponerse de acuerdo sobre qué queremos decir con variedades o este tipo de canción. Con unas letras que suelen ser muy sencillas y el misterio de una melodía, de un ambiente especial, las canciones nos hablan de cuestiones existenciales complejas y delicadas. Es fácil de entender e imposible de explicar. Y para mí, ese puede ser el punto de partida del cine… Hay muchas canciones en las películas, en todos los países y desde siempre, y no sólo en las comedias musicales, porque es una manera interesante de acercarnos al mundo interior de un personaje, es increíble lo que puede expresarse con ellas de su cultura y de su Historia. Hasta el ordenador de 2001 se muere cantando. Los primeros intentos del cine sonoro eran secuencias cortas con un cantante popular. Desde el primer momento, se creó una especie de relación evidente entre el cine y los cantantes. Desde entonces, sea cual sea la película, creo que siempre esperamos lo mismo en la sala: que nos cautive.
Por tanto, lo primero que se necesitaba era un cantante…
No es la historia de un cantante, sino la historia de un hombre que es cantante y que conoce a una joven. Al escribir el guión, he dejado que se impusiera este personaje de cantante de salas de fiesta que, en ese momento de su vida, prefería provocar más respeto que admiración. Es quizá ésta la libertad que se toma con nuestra época: pasar del famoseo por modesto que sea. La cuestión de dignidad se impuso, rápidamente, como un tema más o menos identificado durante la elaboración de la película. Dignidad en amores, en trabajo, en una palabra, en su vida. Las canciones están, por tanto, íntimamente ligadas a la historia de la película, son como su voz interior. Y fue precisamente escuchando una canción de Michel Delpech, Quand J’étais chanteur – que da nombre al título original de la película – cuando pensé en un cantante de salas de fiesta. Como suelo hacer siempre, desde que empecé con los cortometrajes, le hablé del proyecto a mi amigo Yves Stavrides. Suelo consultarle siempre y siempre me ha ayudado a encontrar el tono justo, la distancia, el detalle que me permiten avanzar.
De este modo, reunió todos estos elementos para escribir…
En la pista de baile de un cantante de salas de fiesta, lo lógico es que bailen todos estos colores bien mezclados: la chaqueta blanca, la infancia, la dignidad, la ironía o el sarcasmo… También era lógico imaginarse la película como una bola de esas que tienen mil caras. Y de ahí es de donde parte la frase que dice Gérard al principio de la película: “Estoy seguro de que si miráramos bien a los bailarines en una pista de baile entenderíamos mejor los movimientos del mundo”. Por suerte le divierte mucho jugar a los filósofos…
¿Conocía usted el universo de las salas de fiesta o de las verbenas?
La verdad es que no. Vagos recuerdos de las vacaciones… nada interesante. Yo era más bien como la canción de Brel: “Y además, me horripila el chunda-chunda, los bailes de pueblo y el acordeón”. Resumiendo, que tenía un montón de aprioris bastante estúpidos. Al mismo tiempo, me atraía esa gente que vive con y para las canciones. Y la pregunta era ¿puedo hacer cine sobre ese mundo, en la época actual?
¿Lo más delicado era no caer en la caricatura?
En primer lugar, rechazando lo típico, la burla o la demagogia “popular”, que nada tiene que ver con lo puramente popular… Para ello, llevé a cabo una investigación, un pequeño documental que me condujo hasta Alain Chanone, un cantante de salas de fiesta y verbenas de la región de Auvernia. Hace bailes, comités de empresa y tés musicales… Había sido obrero de Michelin y ahora le gusta decir que es “mundialmente conocido en Clermont-Ferrand”. Se ríe bastante de sí mismo y, sobre todo, es un hombre sincero y honesto. El cliché del cantante avinagrado desapareció de un plumazo nada más conocerle. Alain esconde seguramente sus penas, pero sólo a veces se le nota en la voz… Una bonita voz, nada más y nada menos. Como dicen los jóvenes: “No va de nada”. Me acuerdo de un periodista que vino al rodaje para hacer un reportaje. Describió a Chanone como un “cantante de segunda fila”. Se sintió herido, dolido. Me dijo: “¿Por qué no me llaman, sencillamente, cantante de salas de fiesta? Nunca he tenido mayores pretensiones…” Este cinismo, este desprecio y esta falta de tacto es, precisamente, lo que quería evitar en mi película. Lo que más desprecio es una mirada condescendiente, cómodamente instalada en su elitismo…
¿Conocer a Chanone fue, por tanto, determinante?
Con Chanone y su orquesta, descubro este universo, sus detalles, su lenguaje, los lugares que frecuenta, su público y sus sonidos. Y nada tiene que ver con el chunda-chunda de la canción de Brel. Los clientes y los decorados de este tipo de bailes tienen clase, un cierto “porte”. Chanone me explica: “A los 40 ya no vas a la discoteca para brincar a ritmo de tecno y rodeado de críos. Yo hago bailar a los solteros, les hago felices… o eso intento. ». En la pista, veo cómo se cruzan sus destinos, sus vidas por reconstruir… Resumiendo, acompaño a la orquesta (que en la película se convierte en la orquesta de Gérard), vivo un tiempo en la granja de Chanone (que se convierte en la casa de Gérard en la película) y el resto viene dado…
¿Quién elige las canciones para este tipo de velada?
Un cantante de salas de fiesta está obligado a interpretar unos estándares, canciones conocidas… en todo caso, para empezar la velada, “para levantarla”. Más avanzada la noche, puede arriesgarse con temas menos conocidos. Pero la gente viene a bailar, no a escuchar al cantante… De hecho Barbara, Brel o Manset, Chanone ni los toca. Primero, porque le intimidan y, además, porque es difícil bailar al son de Les Marqueses. Tampoco canciones originales, sólo versiones… Y aquí surge el problema de la nostalgia, que me bloquea un poco. Un tema demasiado empalagoso, muy manido. Prefiero buscar lo diferente. El título, en pretérito imperfecto en el original (Cuando era cantante), es un tanto engañoso. No se trata de una “película-recuerdo”. Todo lo contrario, el personaje de Depardieu, Alain Moreau, vive en el presente, en este mundo nuestro, el de Operación Triunfo y la MTV. Pero, no por ello siente nostalgia: está fuera del mundo real, con su batín japonés de rojo satén.
¿Se ha mantenido fiel a lo que vio en Auvernia?
El rodaje lo hice allí, en los decorados reales, con los personajes reales, como Chanone que interpreta a Mariani, el adversario de Alain Moreau. Este universo me “cautivó”, literalmente. Hice miles de fotos, vídeos. Y, lo que es más importante, me sentía muy a gusto. Le puse a Chanone Les Corps Impatients y Une Aventure. Haciendo gala de un sentido común que te deja perplejo, me dijo que, en cierto modo, teníamos el mismo repertorio: los sentimientos. La película no será, nada más lejos, un estudio documental de un cierto ambiente, sino una historia de sentimientos, aunque sin caer en el sentimentalismo, o eso espero. La historia de esos encuentros que te desestabilizan, te llegan al corazón y, todo ello, con la misma sencillez que una canción. En aquel momento, yo necesitaba, como Marion, encontrar a Alain Moreau, su fantasía y su consistencia. Me vino muy bien imaginarme a un tipo así… Era un proyecto de vida, a la par que un proyecto de película.
Háblenos de este encuentro entre Alain y Marion…
Preferiría cantarlo, pero bueno… no sé… En una canción reciente de Christophe, hay unos versos que me gustan mucho: “Porque las cosas más bellas, en el fondo, siempre se quedan en suspensión…” La verdad es que cuando hablo de la psicología de los personajes, enseguida me siento incómodo…. Al escribir, no tengo ningún punto de vista teórico sobre mis caracteres. Busco hechos, gestos, “momentos” en los que se encarnaría en la imagen lo que las palabras no alcanzan a decir. Por decirlo de otra manera, primero soy factual, concreto, parto de ahí: es mejor enseñar que decir. Alain Moreau vive entre las luces de los bailes, las músicas y los encuentros. Es un hombre solo que canta al amor aunque ya no lo viva o lo viva mal. Su manager le dice que no se mueve lo bastante en el escenario, que se tiene que despertar. Marion es joven, guapa y exigente. Es agente inmobiliario, siempre moviéndose. Llevándole a visitar casas vacías y silenciosas le saca radicalmente de su universo. Entre ellos, todo es como un baile, una historia de distancia, de roces, de miradas y, también, de humor. Si Alain tiene cosas que decir, ella tiene cosas que callar. Él tiene la elegancia de respetar estos silencios. Lo que les une es también una cierta manera de amar, un rechazo a la cobardía y al inmovilismo. El instinto de que en el amor hay algo vital, insuperable, pero también y obligatoriamente, inacabado. Toda la vida se mide así: el deseo y la soledad. Por eso, serán, uno para el otro, una energía nueva que hará que su existencia sea más densa, más llena, más musical y sensual. Estoy pensando en la parafina que se echa en la pista para que se deslicen los pies de los bailarines, en esa frágil e improbable nube que flota por un instante en las luces del dancing, en suspensión. Es algo muy concreto y, sin embargo, impalpable, “en suspensión”.
El personaje de Marion ocupa, por tanto, el centro de esta historia…
Sin ella, no habría película. Gracias a ella, la película se aleja de la típica crónica de una vida, ella aporta el movimiento. Cécile de France me pareció enseguida la actriz ideal, porque para mí es mágica. De verdad, es una mujer mágica. Sobre todo, la había visto interpretar papeles de chicas muy jóvenes en comedias, nunca le había visto interpretar a una mujer que tuviera una relación exigente y tumultuosa con su vida. En las películas, suele parecer más joven de lo que es, y yo sentía algo… algo que había que vencer, como una sombra. Ha aportado a la soledad de Marion, un brillo y una frescura inesperadas. Y además, tiene ese tipo increíble, exento de cualquier atisbo de vulgaridad, ese rostro de estrella, ese sentido del humor y ese ardor juvenil resuelto que aportan una increíble tensión a las escenas con el cincuentón de Alain Moreau. Es precisamente un símbolo de vida, seria y divertida a la vez, capaz de dar vida a lo que el otro espera, pero sin autocompadecerse en el lamento. Gérard, Mathieu y yo hemos tenido mucha suerte de poder vivir esta historia con ella… Me recuerda a una canción de Trenet, La Folle Complainte, en la que habla de “la revancha de las tormentas”. Cécile, para mí, es “la revancha de las tormentas”. Vaya usted a saber…
¿Pensaba en Gérard Depardieu cuando escribió el guión?
Sí. Es el actor con el que quiero trabajar desde que era muy joven. Para mí era lo que una estrella de rock es para otros. Aunque pueda parecer muy cándido por mi parte, siempre he estado seguro de que trabajaría con él. Le pasé el guión, lo leyó y lo aceptó. Así de sencillo. Sabía que yo no me embarcaba en el proyecto con una super estrella, sino con un actor, y eso es todo. Respetarlo empezaba por ahí. Entendió que el personaje tenía que construirse con una cierta contención. De todos modos, él lo entiende todo. No me apetece que se “vea” a Depardieu, como ya he empezado a oír, sino que se descubra una nueva faceta de su genio de actor. Ha estado increíble en el rodaje, entregado y, a la vez, lleno de inventiva. Notaba como Cécile, Mathieu y yo lo esperábamos todo de él, que no íbamos a dejarle nada dentro. Ocurrió algo… entendió que este momento con él era importante en nuestras vidas. Me hacía mucha gracia cuando me decía entre dos tomas: “¡Ah, no!… ¡Nada de psicología!” Podría decir como Clint Eastwood: “Yo lo hago y ya está…” En realidad, es Depardieu el que construye algo utilizando a los directores y no al revés. Los que han creído hacer una obra con películas en las que participaba él estaban muy equivocados: es él el que construye la obra. Para mí, no hay duda de que el cine es lo más importante de su vida. Todos los sabemos: es un genio, el único actor que puede dar al destino más modesto del mundo una dimensión mitológica. Sus errores lo humanizan y sus provocaciones nos tienden la mano, todo ello forma parte de su trabajo de actor: es su oficio de vida. Además, ¿qué sería del cine francés sin él? Para mí, Gérard es creador de cine moderno y quería que me hiciera disfrutar de su libertad para expresarme, con mis propios medios.
Y encima, sabe cantar.
No se le podía doblar de ninguna manera. No tenía que cantar como Sinatra, sino sencillamente bien, profesional. Así lo exige el guión. Fuimos al estudio para ensayar una lista de canciones acordes a su tesitura de voz. Desde el principio, nos pareció completamente evidente. Cuando interpretó Save the last dance de Mort Shuman, o L’Anamour de Serge Gainsbourg… Las canciones destilaban Depardieu, las rebosaba por completo. Existía una evidencia, un contacto a flor de piel. Pero no quiero pasarme, no viene al caso. Le pedía que cantara como un cantante de salas de fiesta, no que hiciera un numerito. Y además, estaba guapo, con su mecha rubia al fin recuperada y esa voz tan singular… También creo que estaba algo asustado. Notaba que estábamos allí, observándolo sin ningún miramiento.
Y a Mathieu Amalric ¿le conocía bien?…
Trabajé con él en un corto: L’Interview. Y cuando pensé en este proyecto, enseguida pensé en él, para meterse en la piel de este tercer personaje, Bruno. Es, de lejos, el mejor actor de su generación. Desprende como un resplandor, algo muy físico y extraño que lo acerca a Gérard, por lo que respecta a la improvisación en los movimientos, los gestos, la facilidad para encontrar el ritmo. Y enfrentarlo, por una mujer, a Depardieu, resultaba bastante interesante. No pertenecen a la misma generación, tienen físicos radicalmente opuestos, pero Mathieu tiene la complejidad necesaria para desestabilizar a Gérard.
¿Y Christine Citti?
No sabía nada de ella cuando la conocí. Todo se produjo por una mirada, en el casting. No estaba contenta con las pruebas y bajo los ojos diciendo “ya sé que no está bien”. Llevaba una sudadera roja de capucha, como si fuera una chica de Operación Triunfo. Ese momento tenía una intensidad, un desequilibrio, algo del personaje que estaba “ahí”: como una tensión entre el deseo rabioso de salir de uno mismo y el miedo a cruzar los límites. Esta tensión era la promesa de la energía que yo necesitaba para su personaje de manager y exmujer del “gran” Moreau. Aportaba una singular dignidad a su dolor de mujer “engañada”. Supo encontrar el brillo necesario a la sombra de la estrella local.
¿La historia exigía una puesta en escena particular?
Una vez más, fue algo no pensado. Para mí, el cine se hace en ese instante, en ese gesto que reúne la luz, los actores en el espacio, el momento del rodaje y, evidentemente, lo que he escrito. Cómo explicarlo. Si tuviera que resumir, diría que me preocupa la libertad. No tengo sistema, ni fórmula o referencias, sólo una atención, en todas las acepciones del término. Por muy extraño que parezca, me he dado cuenta, de que suelen ser las miradas las que me ayudan a encontrar la escena e incluso la película. Pero era Depardieu el que solía hacerme la única pregunta correcta: “¿Vive?”. Dicho esto, para mí la cuestión no es rodar la vida sino hacer que la película esté viva. La causa que trato de defender, a mi medida, es la del cine, su fuerza para emocionar, su dignidad eventual en nuestro deseo fundamental de espectáculo, de representación del mundo en el que tenemos que aprender a vivir.
¿Qué ha representado para usted haber sido seleccionado para la sección oficial del Festival de Cannes?
Me ha llenado de humildad y, evidentemente, de agradecimiento para con Thierry Frémaux. Cannes sigue siendo el festival más importante del mundo. He tenido suerte… Nunca olvidaré los 10 minutos de ovación al final de la proyección oficial, la emoción de Cécile y, sobre todo, el desconcierto de Gérard, su extraña fragilidad en ese momento… Por eso, el palmarés no tiene importancia cuando me acuerdo de todo eso. La felicidad no tiene precio.
¿Cómo se ha producido la película?
Chanson d’amour es una coproducción entre Edouard Weil de Rectangle (la empresa con la que había hecho mis dos primeras películas) y Pierre-Ange Le Progam de EuropaCorp (que se ocupa también de la distribución). Todo se ha realizado en un clima de complicidad, de total respeto a mi independencia y en una búsqueda permanente de qué es lo mejor para la película. Quiero agradecérselo una vez más.
Entrevista a Gérard Depardieu
¿Cómo le presentó el papel Xavier Giannoli?
Me sorprendió encontrar a alguien en este oficio que tuviera la mirada clara, la mente despierta y que supiera de lo que hablaba, dotado de un amor sin límites por el cine y la canción. Xavier es un gran conocedor del mundo del cine. Con esto quiero decir que es eléctrico, abierto a todos los géneros y, en general, con un espíritu crítico y polémico que me encanta. Resumiendo, un joven con temperamento y un carácter aparentemente muy difícil, que no es más que el resultado de su implicación. Lo que hace, sólo se le parece realmente a él, y eso es todo. Cuando me envió el guión de Chanson d’amour, lo acepté sin dudar un instante. El único mensaje que hay que transmitir es la energía de un joven director independiente que quiere contar cosas. Todo lo demás es accesorio.
¿Qué pensó, entonces, de la historia?
Que es muy hermosa y que su autor conocía el tema. Lo acertado de los diálogos me recordaba a un tipo de cine que me encanta, y son huellas de un respeto lleno de poesía por los cantantes de verbenas o salas de fiesta, en Auvernia o en cualquier otra parte. No vi la típica mirada de parisino que habrían adoptado muchos directores jóvenes y presuntuosos. Además, le he visto dirigir un equipo con el que tenía la costumbre de trabajar, con unas exigencias que no se hacían demasiado gravosas para nadie.
¿Cuáles eran estas exigencias?
Los directores con talento suelen ir precedidos de una temible reputación. De este modo, a Giannoli, se le tenía por duro, impasible… pero Xavier no es duro, sino preciso. Puede ser, al mismo tiempo, difícil y encantador, porque es un ser muy inteligente y supersensible. Pero sobre todo, es un joven amable y discreto. Tiene una personalidad fuerte, un punto obsesivo que le hace no abandonar nunca los retos del guión, lo suficientemente pensado como para no replanteárselo. Se ha creado su propio modo de producción, lo que le permite ser muy independiente en su trabajo. Y, también tiene imaginación, nos hacían gracia las mismas cosas.
¿No le asustaba el hecho de interpretar a un cantante?
Alain Moreau es un hombre al que le gustan las melodías y las canciones. Simplemente, hace bailar a la gente. En este caso, no era más difícil cantar a Gainsbourg, que a Christophe o a cualquier otro. Porque no se trataba de imitarlos, sino de interpretar a Alain Moreau, actuando con sus propios medios. Mucho mejor, porque es más difícil ser Michel Delpech, que Alain Moreau cantando a Michel Delpech. La auténtica canción popular, es pura poesía. En LA MUJER DE AL LADO de François Truffaut, Fanny me decía: “Las canciones dicen la verdad”. Apreciarlas en su justa medida requiere una gran sensibilidad. Que Alain Moreau posee.
¿Pero usted ha conocido a su referente, Alain Chanone?
Claro. Y he conocido a otros como él. Es un tío al que le apasiona lo que hace… Ha sido maravilloso poder estar con él y con los demás personajes reales de ese mundo.
¿Habló con Xavier Giannoli de las canciones que iba a interpretar?
Sí. Y eso que ya las conocía muy bien. Barbara me repetía que la canción es un arte único. La aventura que vive un cantante, cuando está de gira, es algo increíble. Le cuesta mucho volver al planeta tierra. Alain Moreau, por su parte, es más interesante. Conoce todo este universo, pero prefiere su pequeño mundo, la gente que viene a bailar. Sabe muy bien que nunca se convertirá en una estrella. Pero, ¿se lo plantea siquiera? ¿No es precisamente esto lo que marca la diferencia, su humanidad? Vive con su cabra, su lámpara de rayos UVA, su melancolía… Y lo único que va a enturbiar su soledad, es el amor. Se nota que ha tenido una historia, aunque no termina de acabar. Prueba de ello, los paréntesis que tiene con su exmujer, interpretada por Christine Citti. Con Marion, es distinto. Es de otra generación, es distinta, más lúcida, más tajante, incluso algo brusca. El polo opuesto a Cécile de France. ¡Es tan dulce, abierta y sensible! Es una chica estupenda. Posee una libertad que te cautiva. Una gran salud moral y valores excepcionales. Quizá sea algo inherente a los belgas. Le deseo todo lo mejor.
Da la impresión de que se ha entregado en esta película, como no lo había hecho desde hacía mucho.
De una manera distinta, sí. Pero hay quien se asusta y otros, se aprovechan de lo que les ofrecen… No soy tan impresionante. Sólo los tontos se dejan impresionar. Cuando la gente es auténtica, no hay problema. Los parisinos han perdido la realidad, la autenticidad o el misterio. Aquí, Giannoli no juzga nunca a los protagonistas. Les ama como les habría amado un Jean Renoir. De esta película, salimos engrandecidos, como elevados. En primer lugar, nos gusta. En parte, gracias a las canciones, que son realmente muy importantes, aunque no nos demos cuenta. Y luego, por la propia identidad de las películas de autor, en donde el punto de vista ennoblece al espectador. Se trata, en todo caso, de la historia de un hombre que quiere hacer feliz a la gente. ¿Hay algo más bonito? Me ha emocionado tanto verlo como me emocionó leerlo. Sobre todo, por la inteligencia de la dirección, el rigor, sin que resulte pesado, en la construcción dramática de la película. Las aportaciones puramente técnicas se derivan de su coherencia con la situación. Cuando es así de fuerte, no hace falta añadir efectos.
Parece que la frase: “Una y otra vez, todo el mundo cree que voy a cascar y ¡ale hop! Vuelta a empezar…” la han escrito para usted.
Somos los primeros que nos decimos una cosa así. De todos modos, el que cree que tiene talento, está muerto. Los demás ya no podrán hacerle revivir. Y sobrevivirá sólo en función de la motivación que encuentre en su trabajo. Nuestro propio talento, sólo lo vemos cuando se nos escapa. Ocurre lo mismo con el director: si no hay amor en su manera de trabajar, hace aguas por todas partes. Nadie puede aportar gracia sin amor.
Entrevista a Cécile de France
¿Cómo le presentó el papel Xavier Giannoli?
A Marion la vida le ha dado muchos golpes. Ha dejado a su marido, no ve mucho a su hijo, prefiere vivir en un hotel… Se protege, se busca a sí misma. Y cuando uno parte en busca de uno mismo, es casi obligado conocer a otra gente. Así es como coincide con Alain Moreau, que pertenece claramente a otro planeta. Pero siente algo… observa en él una cierta emoción, un oxígeno y una fantasía que es lo que ella necesita. Marion queda prendada, sin duda, por el tacto y la discreción de Alain. Además, había que vivirlo así: de forma contenida, con sus matices, callando las cosas, entendiéndolas sin necesidad de hablar. Desde las primeras tomas, Xavier frenó mis movimientos… Tenía que ser sobria, dejar que saliera lo que él buscaba.
Es una historia de amor…
Especial, pero sí… Van a prestarse ayuda mutua, a transformarse. Después de su relación, que llega demasiado pronto o demasiado tarde, no se sabe, ya nada será como antes. Es un momento de vida, un momento privilegiado que nunca olvidarán. Saben que no va a durar eternamente, aunque no estén realizando una reflexión pragmática. Viven con ese desasosiego…
Xavier no eligió por casualidad la profesión de Marion: agente inmobiliario.
Claro que no. Como Alain Moreau busca casa, van a verse en espacios vacíos, decorados neutros en los que, por una mezcla de obligación profesional y de curiosidad personal, ella llega a una intimidad muy especial con él. Incluso se observa una progresión en las visitas. Casi enseguida, ya no vemos el exterior de las casas, ya no tiene importancia. Es su relación lo que importa. Él es elegante porque no se toma en serio. Y nada seduce más a una mujer que la sinceridad.
¿Y qué papel ocupa la canción en todo esto?
Me parece muy hermoso el respeto que muestra Xavier cuando aborda el universo de la canción popular, del que mi personaje está, al principio, en las antípodas. El arte de una canción popular consiste en hablar de cosas muy complicadas con palabras muy sencillas. Cómo explicar que una canción provoca escalofríos, nos da ganas de bailar… En un cierto momento, no se puede racionalizar.. Sólo funcionas por instinto. Y no es, por tanto, una casualidad que Xavier se apasione por este pequeño mundo, porque él es así: instintivo.
¿Le gustaba la canción popular, la canción romántica, antes del rodaje?
No especialmente. Conocía a Gainsbourg, evidentemente… En ese aspecto, Marion y yo nos parecemos mucho. Y como ella, he ido evolucionando a lo largo del rodaje. Los Paraísos Perdidos (Christophe), me encantó en cuanto la oí, desde la primera nota. En realidad, hay que tomarse tiempo para escucharlas, dejarse llevar, irse impregnando. L’Anamour, por ejemplo, aparece enseguida en la película. Tardamos lo nuestro en rodar esa escena, que llega en el momento en que sus vidas respectivas van a cambiar de rumbo. Cuando él está cantando y ella bailando, lo que ocurre entre ellos es vital. Allí es cuando ella entra en su mundo y se deja seducir por lo que él representa. Ella va a superar sus prejuicios para pasar a otra cosa. Y precisamente porque, a priori, nada es posible, todo puede ocurrir. Como en la vida…
¿Influyó en algo, a la hora de plantearse su papel, el hecho de que su compañero de reparto fuera Gérard Depardieu?
Al igual que Marion se deja llevar por Alain, yo me he dejado llevar por Gérard. Me cogió de la mano y me llevó con él. Podría haber hecho su numerito “Gérard y su gran orquesta”, pero no. Para mí ha sido maravilloso. No ensayábamos, nos tirábamos directamente a la piscina desde la primera toma, a las bravas. Xavier buscaba esos momentos raros en los que el actor, el personaje, la ficción y la realidad se vuelven uno solo.
¿Pero conoció a Gérard antes del rodaje, no?
Pues la verdad es que no. La primera vez que nos vimos fue en la primera escena en que Marion y Alain se conocen, en el baile del casino. Estaba asustada, pero me daba buena espina. Al hablar con Xavier, te dabas cuenta de que el rodaje sería particularmente exigente. Y Gérard no podía estar más metido en su trabajo. Desde la primera toma, fue algo mágico. Pensé que si todo seguía así, iba a ser increíble. Y así ha sido.
¿Cuando Alain conoce a Marion, ella parece que todavía tiene una medio relación con Bruno, interpretado por Mathieu Amalric?
La relación de Marion con Bruno es pura seducción, erotismo, pero no le basta. Con Alain Moreau, es totalmente distinto… es algo más sofisticado. Mathieu es impresionante. Yo le observaba por lo menos tanto como a Gérard. Puedo decir que, en este rodaje, he aprendido un montón de cosas sobre mi profesión.
Es la primera vez que la vemos interpretar una crisis de profunda tristeza…
Estaba tan emocionada de que un autor como Xavier confiara en mí para este tipo de composición. Pero no porque Marion se hunda, a veces, sola en su habitación tenemos que pensar que está desesperada o resignada. Tenía que seguir siendo combativa, incluso cuando estaba perdida. Yo creo que Xavier también me eligió por eso, sin duda: mi tono directo, mi lado belga, en una palabra, un poco de fuera… Y luego está la silueta propia de cada uno, esencial. La de Marion está en tonos rojos, colores vivos, el fuego que ruge bajo el volcán… Vale, de acuerdo, los actores nos las pintamos solos para inventarnos estas historias, aún así, pocas veces he visto tal mimo en el tratamiento de las imágenes. Y estoy muy orgullosa de haber participado en una película tan hermosa, llena de una poesía sonora y visual que desborda sinceridad.
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