Publicado originalmente en “¿Crítico, yo?”
Pongo un set de discos de “rock ballads”, ese curioso género musical que cada tanto nos regala una perla (a veces de mediocres bandas de rock), pero también acumula basura apestosa de distintas bandas que a lo mejor son buenas fuera de la balada. En fin… Pongo el set de discos solo para escuchar Winds of Change (o Vientos de cambio, como recuerdo que la presentaban el LU2 Radio Bahía Blanca allá por mediados de los noventa), el tema de Scorpions. Esta joyita del soft rock me lleva a una película cuyo nombre no recuerdo, aunque la vi a mediados de diciembre del año pasado (esclerosis de crítico fagocitado). Me fijo en la lista de críticas de Cine.com y recuerdo, se llama In search of a midnight kiss, una peli independiente yanqui dirigida por Alex Holdridge. Hermosísima peli, con algunos apuntecitos medio grotescos y fulerones, pero con una escena hermosa, cerca del final o quizás cerrando definitivamente la peli, no recuerdo bien, con los tres amigos (dos amigos y la novia de uno de ellos, a la cual uno no puede dejar de odiar por tratar de levantarse al otro que no es su novio, mal ahí, nena) cantando a capella y a los gritos Winds of change, y la pucha, che, qué lindo es la vida, el amor, la amistad y todo eso junto.
Me cuelgo a pensar en esa película, y la asocio con una que vi hace poco: Nick and Norah’s infinite playlist, que me motivo a poner en facebook un comentario del tipo “Qué Oscars ni Oscars, enamorense con Nick and Norah, la película más dulce del 2009”. Uno ve dos pelis como esas (dos pelis yanquis independientes, medio románticas, medio comedias, un cuarto de dramáticas y aparentemente tan comunes como el resto) y piensa, cómo ya dije, qué lindo es el amor y el cine. No se hasta qué punto la frase indicada sería “Enamorarse con el cine” o “Enamorarse del cine”. Por ahí las dos hablan de romances y parejas (los primeros treinteañeros, los segundos adolescentes), pero como uno se identifica de lleno con esos personajes aunque lejos está lo que les sucede de lo que le sucede a uno y a su propia historia de amor, prefiero pensar en las dos frases como correctas, aunque yo ampliaría el significado de una y le pondría “Enamorarse con el cine” en el sentido de enamorarse de la vida y todo lo que la rodea, de las situaciones más pequeñas y anecdóticas, y las mayúsculas. La otra también tiene su lugar de relevancia, “Enamorarse del cine”. Hay películas que a uno lo hacen enamorarse del cine, como si el cine fuese una novia furtiva a quien amamos, pero de la que habitualmente tendemos a buscar su rostro para intentar encontrar allí aquello que nos unió por primera vez. Cuando nos reconectamos con ese enamoramiento resulta algo fascinante.
Lo explicaría de la siguiente manera, los que estamos en este tren lo pensamos un poco así. Hay películas que a uno le devuelven las ganas de dirigir (porque hayamos o no hecho una película, las ganas siempre están, pero no siempre las percibimos) o de contar historias como la que estamos viendo, y hay películas que nos tocan de algún modo u otro, que nos hacen llorar, que nos hacen vivenciar lo que vivencian los personajes, que nos sumergen en un pasado que tal vez nunca tuvimos y nunca supimos que desearíamos haber tenido. Cuando estaba madurando la historia de lo que después sería mi primer (y hasta ahora único) guión de largo, vi Collateral, un policial de la hostia de Michael Mann con Tom Cruise y Jamie Foxx, que si no lo vieron vayan corriendo ya a su videoclub amigo, y que me voló la cabeza. Es de esas películas que en definitiva uno sabe que podría haber sido esa u otra, pero en mi caso fue esa, me voló la cabeza, me hizo pensar expresiones del típo “¡qué talento!” “¡qué oficio!” y me hizo sentir que quería de inmediato agarrar la cámara y contar mi historia.
Lo mismo me pasó con Nick and Norah, lo mismo pero muy distinto. Me hizo pensar: “¡Qué pelotudo, yo y mi afición por el policial! Me muero por contar historias con tiros y machos aguerridos y con códigos, mientras un gil se manda una historia de amor hermosísima sobre dos adolescentes que van corriendo una noche de bar en bar buscando a su banda favorita. ¿Y por qué no puedo tomar un poco de esa sangre? ¿Por qué no puedo contar una historia de amor, o una comedia? ¿por qué no puedo bucear en mi interior y captar esa frescura que captan estas películas?” Y bueno, algún día será, mientras tanto, seguimos con la misma vibra de siempre, total por ahora vamos por buen camino, aunque el camino lo estemos recorriendo a un paso por mes, o mucho menos, qué se yo.
Bueno, esas fueron algunas ideas desordenadas sobre el cine, la vida, el amor, y el hacer cine, que hoy sobrevuelan por mi cabeza, diría enmarañada si tuviera pelo para avalar esta expresión.
Ah, y los que se quedaron con las ganas de saber cuáles fueron las películas que más me gustaron, motivaron, etc, de 2008, no voy a hacer ranking, porque en marzo ya estamos pasados de fecha para estos balances. Sin embargo, les tiro las principales, Dark Knight, Be kind rewind, Tropic Thunder (y muchas, muchas grandes comedias de este tipo, como Walk Hard: The Dewey Cox Story, y Zohan), y documentales estremecedores, como El abogado del terror, o Deliver us from evil. El resto, oscila entre el “ok”, el “bien, gracias”, o el “otra vez sopa”, etiquetas que le caben a por lo menos el 80 % de las películas que vi en el año (unas 200, contando unicamente las que vi para Cine.com). Y párrafo aparte merecen las argentinas La antena y Filmatron, dos joyas del cine argentino, que demuestran que el cine argentino está en buena forma. Y doy mi voto como Mejor remake o secuela al regreso de Indiana Jones, que a mí me gustó mucho, aunque la hayan elegido en esa categoría pero en su reverso, como Peor remake o secuela en los Razzie, la contracara del Oscar (concuerdo en el resto de los ganadores, pero a mi criterio estuvieron demasiado polarizados, faltaron muchos nombres merecedores de esa distinción en 2008).