Estreno en España: 14 Agosto 2009
Puntuación:
Sinopsis
“Enemigos públicos” es la historia del legendario bandido de la época de la Gran Depresión, John Dillinger (Johnny Depp), el carismático atracador de bancos que se convirtió en el objetivo número uno del incipiente FBI de J. Edgar Hoover y de su mejor agente, Melvin Purvis (Christian Bale), y en un héroe para el sufrido pueblo. Nadie era capaz de detener a Dillinger y a su banda. No había cárcel que se le resistiera. Su encanto personal y sus audaces fugas conquistaban a todo el mundo, desde su novia Billie (Marion Cotillard) hasta el hombre de a pie que no sentía simpatía alguna por los bancos que habían hundido el país en la depresión. Las aventuras de la banda de Dillinger, que posteriormente incluiría al psicópata Baby Face Nelson (Stephen Graham) y a Alvin Karpis (Giovanni Ribisi), entretenían a la mayoría, pero J. Edgar Hoover (Billy Crudup) tuvo la idea de servirse de la captura del bandido para empezar a transformar su “Bureau of Investigation” (Oficina de Investigación) en lo que sería el FBI. Convirtió a Dillinger en el “enemigo público número 1 de América” y lanzó a Purvis, el apuesto “Clark Gable del FBI”, tras él.
Crítica de Cine.com por Leo Aquiba Senderovsky
Estimado Sr. Michael Mann:
Comienzo esta misiva agradeciéndole por su última película, y comentándole que cada vez lo admiro más. Seguramente no le importe, porque soy apenas un espectador de sus películas. Pero me gustaría escribirle nuevamente, porque su cine me ha vuelto a suscitar una reflexión, esta vez atravesada por una sorpresiva contradicción interna. En su momento, tras el estreno de Miami Vice, le escribí unas líneas donde le expresaba todo el amor que siento por su manera de hacer y entender el cine. En aquellas líneas cometí la osadía de tutearlo, tal vez motivado por la urgente necesidad de expresarle todo mi amor y admiración. Aquí no puedo más que tratarlo de usted, entiendo que quizás no fue una osadía lo de aquella misiva, sino una forma particular de establecer una conexión entre mis ojos y lo que ellos habían visto (una película cargada de riesgo y ambición). En este caso, debo anteponer una distancia, por un lado natural, ya que usted está demasiado arriba como para faltarle el respeto tuteándolo, y por otro lado, provocada por la enorme distancia entre mis ojos y lo que vieron esta vez (una película prácticamente indescifrable).
Mi opinión podría girar sobre cualquiera de los aspectos técnicos, narrativos o interpretativos que se desprenden de Enemigos públicos. Pero me voy a detener en un elemento concreto, el uso del HD, el empleo de cámaras digitales de alta definición en combinación con el tradicional fílmico. En otro director, este uso no podría jamás merecer un lugar primordial en la opinión general de una película. Me atrevería a decir que en otro director, este uso directamente provocaría críticas en contra, especialmente por el hecho de que la imagen en HD no ha llegado aún a equiparar en belleza plástica al la imagen de celuloide. En su cine, el HD no sólo se ve aprovechado al máximo sin perder belleza (usted jamás se atrevería a desmerecer el valor plástico de un plano), sino que es el arma principal de la que usted se ha agarrado para comenzar a reinventarse por completo.
Colateral es una de las películas que más me ha entusiasmado en los últimos años, diría que es la clara expresión de un cine absolutamente estimulante, en todo sentido. En aquella película usted comenzó a experimentar con el HD, según ha dicho alguna vez, motivado por las posibilidades focales que tiene la imagen digital en escenas nocturnas (los “exteriores-noche”). De Miami Vice destaqué su ambición, empecé a ver cierta soltura, cierta actitud liberadora, especialmente en el empleo cada vez más arbitrario del HD, que renegaba del imperio clasicista que usted se había preocupado por construir en su cine anterior. Corrijo, no renegaba, sino que proponía el germen de una escritura propia, comenzaba a tomar distancia de su afición clasicista, a liberarse de la atadura rígida y conservadora de los códigos clásicos (hoy, luego de Enemigos públicos, veo todo eso de aquella, en su momento admiré su ambición y su riesgo, capaz de aplicarle una fuerte dosis de calle a una serie televisiva que su adaptación cinematográfica no imitaba en absoluto).
Ya habían pasado tres años de Miami Vice, ya me había olvidado de sus virtudes (no así las de Colateral, cuya primera impresión me resulta inolvidable), cuando, luego de algún comentario de mi mayor confianza, me había preparado para ver una película fallida, decepcionante, en la que el empleo del HD llegaba a su punto máximo de arbitrariedad. Efectivamente, de Enemigos públicos debería criticar su total falta de criterio en el uso del HD. Peor aún, mi admiración por su clasicismo me lleva al punto de considerar, tanto antes como después de ver su última película, que una película ambientada en la década del treinta, con un duelo principal entre policía y delincuente, ambos héroes que merecen el mayor de los respetos del público (ya aplicó el mismo procedimiento con los personajes de Pacino y De Niro en la inolvidable Heat), y que, detrás de este duelo, cuestiona la manera en que se constituyó como tal el FBI, representaba el material ideal para que usted despunte su celebrado tono clasicista, para volver, al menos esta vez, al fílmico. Debo admitirle que ha traicionado mis deseos respecto a lo que deseaba ver de usted en esta película, debo admitirle que tengo muchos cuestionamientos acerca de su empleo libertino de la alta definición en una película que era territorio ideal para otra propuesta. Pero luego de haber logrado picos tan altos en su filmografía, me veo obligado a intentar entenderlo, a comprender qué es lo que lo lleva a desequilibrarse cada vez más.
Y detrás de Enemigos públicos, comienzo a interpretar que usted está abriendo un camino completamente distinto, no sólo en “su” cine, sino en el cine en su totalidad, en las potencialidades expresivas del cine tras la consolidación del digital como una alternativa mucho más barata y, fundamentalmente, mucho más práctica, lo que lleva a una actitud necesariamente más liberadora en la puesta en escena. Si hacia la primera mitad de la película, me resultaba imposible entender las virtudes detrás de su falta de criterio en el empleo del HD, especialmente en escenas de “interior-día”, y el constante movimiento de cámara en mano que caracteriza a estos planos, la revelación llega con los tiroteos, ya famosos en su filmografía, y en este caso, particularmente, con la escena de persecución y tiroteo nocturno en el bosque, cuando la policía asalta la guarida de John Dillinger (un impagable Johnny Depp, interpretando el habitual y maravilloso héroe clásico y romántico de sus películas). En esta escena usted tensa las cuerdas al máximo, llega a un punto de descontrol absolutamente magistral, y esto sólo se puede lograr con el HD, que le permite barrer toda sutileza y llevar la puesta en escena a un nivel infinitamente más realista. En aquella escena revela lo que es moneda corriente en esta película, una apuesta por el riesgo absoluto, un constante movimiento, una tendencia a romper los límites del clasicismo, en el sentido más convencional de aquel término, sin traicionar su espíritu (el romanticismo de Dillinger y el cumplimiento del deber del agente Melvin Purvis son símbolo de su habitual trabajo con el cine clásico, y el amor por aquel cine se trasluce en la proyección hacia el final de Manhattan Melodrama, película de gangsters de 1934, con Clark Gable y William Powell, como si usted se empecinara en aclarar: “ojo que puedo proponer otra mirada en la puesta en escena, pero mi amor por el clasicismo jamás cambiará”).
En esta película, como nunca antes en su cine, se ha descontrolado de tal manera que es capaz de pasar en segundos de un plano general al acercamiento más extremo (un Sergio Leone, pero en constante movimiento, tensión y distensión pura), y quiero que me entienda, le agradezco su descontrol, aunque me moleste que ese descontrol suceda en el enfrentamiento entre personajes completamente escrupulosos y mesurados, me atrevería a decirle que si el punto de vista no fuese el de Dillinger y el de Purvis, sino el de alguno de los desquiciados cómplices de Dillinger o el del violento policía que trabaja en el escuadrón de Purvis, su propuesta desequilibrada no entraría en conflicto con la narración. Le agradezco su descontrol, aunque me moleste que éste suceda en un retrato del crimen en la Chicago de los ’30. Celebro que haya pisado el freno cuando se atreve a mostrar a Dillinger ingresando sin preocupaciones en las oficinas del escuadrón que lo busca, para cruzar unas palabras con sus supuestos captores sin que estos lo reconozcan. Pero luego de ver la escena del bosque, caigo en la cuenta de que estoy dispuesto a celebrar toda la película, porque en ese desequilibrio usted no reniega de la esencia de lo que cuenta, y a su vez, tampoco apuesta por una película sólida. Si ya conocemos su solidez clasicista, si ya lo celebramos en aquella faceta que caracterizó buena parte de su carrera, Enemigos públicos es el extremo opuesto, necesario para que un cineasta como usted se mantenga vital, para que aún se atreva a cuestionar la esencia misma de la puesta en escena, la naturaleza del cine. Su arbitrariedad en el empleo del HD me lleva a pensarlo como un realizador que aún se preocupa por tensar las cuerdas del cine, que aún se obliga a sí mismo a experimentar al máximo. Podría haber esperado otra cosa de Enemigos públicos, ¿pero de qué sirve que un realizador se preocupe únicamente por mantener su solidez, si detrás de su solidez sólo hay mera competencia, solo respuestas y ya no más preguntas?
Su última película es eminentemente fallida, pero postular que es fallida, o meramente fallida, es olvidarnos que el cine debería acercarse más a la vitalidad que a la perfección. Desde ya, no es su mejor película, tal vez algunos se animen a afirmar que es una traición a su cine, al cine criminal clásico, o incluso que es su peor película, pero alejándonos de las categorizaciones, pienso su última película como un fuerte grito de libertad en un cineasta de su nivel, con su habitual y probada precisión genérica, y su amor por el clásico héroe de acción. Este grito de libertad no lo veo como un fin, sino como un simple movimiento. Imagino que usted, desde Colateral, de a poco se va a acercando cada vez más a un nuevo ideal dentro de su cine, donde el HD tendrá, como ya tiene, un lugar privilegiado, pero a la vez un lugar absolutamente funcional e integrado a su cine, un cine que no podrá ser pensado en otro formato que no sea en alta definición. Su talento me indica que estas no son meras suposiciones. Mientras tanto, por más que intente reflexionar respecto a su última película, por más que intente introducirme en la forma en que usted piensa su última película y, por qué no, el futuro del cine, déjeme confesarle, Mr. Mann, que cada vez lo entiendo menos. Cada vez me desconcierta más. Y eso me gusta. Demasiado. Gracias.
Lo mejor de la película: El riesgo absoluto en el uso libertino del digital, que rompe los esquemas establecidos en su clásica puesta en escena, y la exposición de la esencia del cine de Michael Mann, con el héroe romántico a cargo de Depp.
Lo peor de la película: Que Purvis, el personaje de Christian Bale, no llega a equipararse en el duelo interpretativo al Dillinger de Depp, y que la riesgosa libertad en el arbitrario uso del HD hace que determinadas escenas estén filmadas de manera casi inexplicable.
Dirección: Michael Mann.
País: USA.
Año: 2009.
Duración: 140 min.
Género: Biopic, thriller, drama, acción.
Elenco: Johnny Depp (John Dillinger), Christian Bale (Melvin Purvis), Marion Cotillard (Billie), Billy Crudup (J. Edgar Hoover), Stephen Dorff (Homer Van Meter), Stephen Lang (Charles), Giovanni Ribisi (Alvin Karpis), Rory Cochrane (Carter), David Wenham (Pete), Stephen Graham (Nelson), John Ortiz (Phil), Channing Tatum (Floyd), Jason Clarke (John Hamilton).
Guión: Ronan Bennett, Michael Mann y Ann Biderman; basado en la novela de Bryan Burrough.
Producción: Kevin Misher y Michael Mann.
Música: Elliot Goldenthal.
Fotografía: Dante Spinotti.
Montaje: Jeffrey Ford y Paul Rubell.
Diseño de producción: Nathan Crowley.
Vestuario: Colleen Atwood.
Estreno en USA: 1 Julio 2009.
Biofilmografía de Michael Mann
Michael Mann (Chicago, Illinois, 5 de febrero de 1943) es un director, guionista y productor cinematográfico estadounidense.
Su padre, Jack, era un inmigrante ruso veterano de la Segunda Guerra Mundial, y su madre, Esther, era hija de una familia originaria de Chicago. Mann estuvo muy unido a su padre y a su abuelo paterno, Sam Mann. Creció en el vecindario de Humboldt Park, y siendo adolescente, se introdujo en la emergente escena musical del blues de Chicago.
Estudió inglés en la Universidad de Wisconsin-Madison, en la que fue un miembro activo de la fraternidad Pi Lambda Phi, y desarrolló gran devoción por la Historia, la Filosofía y la Arquitectura. Fue en esta época cuando vio la película Dr. Strangelove, de Stanley Kubrick, y se enamoró del cine. De hecho consideró esta película como una verdadera revelación, según relató en el periódico Weekly de Los Ángeles.
Más tarde estudió en la London’s International Film School, para iniciar su carrera en televisión en la década de 1970 en la serie Starsky y Hutch. Su primera película para cine fue Ladrón, protagonizada por James Caan y realizada en 1981. Su siguiente éxito profesional vendría de la mano de la archiconocida serie Miami Vice (Corrupción en Miami), de la cual es creador y productor, y que adaptaría en 2006 en su versión cinematográfica. Posteriormente, en 1986, llevaría al cine la primera adaptación del famoso personaje Hannibal Lecter con Manhunter. Su ascenso y consagración ante la industria cinematográfica, la crítica y el público, se produjo tras realizar El último mohicano, en 1992, y se confirmó con Heat en 1995. Desde entonces ha sido considerado uno de los mejores directores del presente cine estadounidense tanto a nivel narrativo como visual.
Mann tiene un estilo muy propio. En la mayoría de sus películas los protagonistas son hombres solitarios, tenaces y con valores morales definidos, aunque muchas veces sean criminales. Las grandes ciudades suelen ser casi un personaje más en sus películas y en ellas consigue transmitir un grado de intimismo a primera vista imposible.
Usa mucho los colores para narrar sus películas, al igual que música alejada de las tradicionales bandas sonoras y cercana al pop/rock ambiental. También conviene destacar que como director ha dirigido multitud de actores premiados y nominados a los Premios Óscar.
Filmografía
2009: Public Enemies (Enemigos públicos).
2006: Miami Vice.
2004: Collateral.
2001: Ali.
1999: The Insider.
1995: Heat.
1992: El último mohicano.
1986: Manhunter.
1983: The Keep.
1981: Thief.
1972: 17 Days Down the Line (cortometraje).
1971: Jaunpuri (cortometraje).
CÓMO SE HIZO “ENEMIGOS PÚBLICOS”
1. El proyecto
Un sinfín de ensayos, novelas, canciones y películas han contado historias fascinantes sobre la Gran Depresión. Hacía tiempo que Michael Mann tenía ganas de examinar más de cerca este turbulento periodo a través de la experiencia de un delincuente convertido en héroe popular por toda una generación. Para los estadounidenses de los años treinta, que vieron cómo volaban sus ahorros, que perdieron sus trabajos y pasaron hambre, John Herbert Dillinger era un héroe que atracaba a los bancos causantes del colapso financiero y que se burlaba de un gobierno incapaz de resolver el problema económico. Michael Mann, que había escrito anteriormente un guión situado en esta época acerca del famoso atracador de trenes y bancos Alvin Karpis, ve así el atractivo de Dillinger: “Probablemente sea el mejor ladrón de bancos de toda la historia de América, pero su fulgurante carrera sólo duró 13 meses. Le dieron la libertad condicional en mayo de 1933, y murió el 22 de julio de 1934. Dillinger no se limitó a salir de la cárcel, fue una auténtica explosión. Lo quería todo en el acto”. “Atracando bancos y siendo más listo que el gobierno”, sigue explicando el director, “se convirtió en una especie de representante de la gente maltratada por la Depresión. Era un delincuente y una celebridad, un héroe populista”. No puede decirse que las vidas de John Dillinger o de su enemigo jurado, el agente Melvin Purvis, fueran rutinarias en ningún momento, pero los cineastas escogieron un periodo muy específico para ENEMIGOS PÚBLICOS. “Esos intensos 14 meses nos hicieron entender la confluencia de fuerzas existente en aquel periodo de la historia estadounidense”, dice el productor Kevin Mister. “Había un nexo entre John Dillinger, quizá uno de los americanos más famosos del siglo XX, el poco conocido agente Melvin Purvis y J. Edgar Hoover, un titán de la historia. Los tres tejieron una danza de poder y de muerte”.
Poco después de salir de la cárcel hasta finales de junio de 1934, Dillinger se lanzó a una carrera de atracos a bancos por todo el Medio Oeste de Estados Unidos, que le hizo famoso en todo el país y le colocó en la lista negra de J. Edgar Hoover y del recién creado Bureau of Investigation.
Hoover escogió a Melvin Purvis, un agente joven y decidido, para perseguir y capturar a Dillinger. El dibujante Chester Gould se inspiró en el perfil de este agente para crear al detective Dick Tracy. Pero Dillinger y su banda eran mucho más astutos de lo que los agentes y su jefe imaginaban.
Durante esa loca carrera, los atracadores pulieron sus técnicas. Tenían algunas ventajas: la resistencia y frialdad que aportan años en cárceles sin ley; las últimas armas automáticas; un sistema policial fragmentado que no se había unido a nivel nacional; los últimos modelos de Ford V8, y haber escogido un momento en que los bancos no eran nada populares.
Aunque se podía estar en desacuerdo con sus métodos, eran pocos los espectadores de los noticieros en los cines que no apoyaban al que por fin pagaba a los peces gordos con su misma moneda.
Una y otra vez, los ladrones pusieron en ridículo al gobierno escapándose de situaciones inimaginables, como la fuga de la cárcel estatal de Indiana en septiembre de 1933; la evasión de la cárcel del condado Lake en Crown Point, Indiana, en marzo de 1934, y la espectacular huida, en las mismas narices de Purvis, de la posada Little Bohemia de Wisconsin en abril de 1934. Aunque sus hombres nunca dudaron en recurrir a la violencia, Dillinger siempre se portaba como un caballero: no decía palabrotas delante de las señoras a las que retenían como rehenes y a menudo devolvía el dinero a los ciudadanos que se encontraban en el banco.
Cuando se trata de la ley y de los proscritos, Michael Mann es consciente de que la verdad suele ser más extraña que la ficción. La historia de John Dillinger y sus perseguidores era la inspiración que buscaba para su siguiente proyecto. “Su movilidad y el uso de la última tecnología les hacía casi invencibles”, dice. “Y todo transcurrió en una época en la que se unieron muchas fuerzas en contra del atracador: Hoover y el FBI, la primera fuerza policial a nivel nacional; la primera ley nacional contra el crimen; el uso de sistemas modernos para el almacenamiento de datos. Ahora puede parecer cuestión de rutina, pero hasta entonces nunca se había usado en Estados Unidos”.
Obligado a luchar contra el Congreso para defender al recién creado FBI, J. Edgar Hoover no podía soportar que Dillinger se convirtiera rápidamente en un héroe popular y que todo el mundo se riera de sus jóvenes agentes. Dentro de las fuerzas del orden, muchos tomaban a Hoover por un engreído y desconfiaban de sus métodos. Desesperado por obtener resultados y ayudar a Purvis y a sus agentes, Hoover se hizo con la ayuda del agente especial Charles Winstead, de Texas, y de dos de sus acólitos. Además, dio la orden de detener a los familiares, novias y amigos de los delincuentes.
Cuando escapaba de la cárcel, el atracador recorría el país con su novia Billie Frechette, gastando enormes cantidades de dinero y codeándose con la élite de Florida. Pero la suerte de Dillinger llegó a su fin en el cine Biograph de Chicago el 22 de julio de 1934. Después de ver El enemigo público número uno, a la salida del cine le esperaban los agentes, con Purvis a la cabeza, que le acribillaron a balazos gracias a un chivatazo de la misteriosa “Mujer de rojo”, la madama Anna Sage. Pero la leyenda creció.
Sus desolados seguidores mojaron pañuelos en el charco de sangre delante del cine y miles de personas hicieron cola frente a la funeraria para ver su cuerpo. Todos querían participar de su legado.
Melvin Purvis, el enemigo jurado de Dillinger, fue aclamado por la hazaña, lo que no gustó nada a J. Edgar Hoover. Kevin Misher dice: “Dillinger era tan famoso que, cuando le mataron, Purvis se convirtió en “el hombre que mató a Dillinger”, aunque no había apretado el gatillo. Hoover no soportaba que su agente fuera famoso en todo el país y consiguió echarle del FBI”.
Setenta y cinco años después, Dillinger sigue siendo igual de famoso. Desde la clásica foto en la que rodea a uno de sus captores con el brazo mientras esboza una perversa sonrisa, la imagen del elegante Dillinger se ha convertido en un icono. ¿Y quién mejor para encarnarle que un hombre que nació a unos 240 km del pueblo natal del delincuente, el actor Johnny Depp?