Estreno en España: 13 Agosto 2010
Título: Los mercenarios
Estreno en Argentina: 2 Septiembre 2010
Título: Los indestructibles

Sinopsis
Barney Ross es el líder de un grupo de hombres estrechamente unidos que viven al margen de la sociedad. Cuando el misterioso Sr. Church les ofrece un encargo que nadie más aceptaría, Barney y su equipo se embarcan en lo que parece ser una misión rutinaria: derrocar al general Gaza, el dictador asesino de la pequeña isla de Vilena, y poner fin a años de muerte y destrucción inflingidas a su gente. Pero las cosas no son lo que parecen y se verán atrapados en una peligrosa red de engaños y traiciones.
Crítica de Cine.com por Leo Aquiba Senderovsky
Y finalmente se estrenó la tan esperada The expendables, lo nuevo del gran Sylvester Stallone, una película que confirma al máximo su voluntad de reunir a grandes exponentes del cine de acción de ayer y de hoy en un homenaje sumamente entretenido y valioso.
Además de ser la comprobación de la enorme generosidad de Stallone, quien disfruta protagonizando, pero que sabe darle a sus colegas el lugar que se merecen (no sólo pensemos en los que están en la película, sino también en los que, finalmente, no aceptaron participar, como Van Damme o Seagal), The expendables, o Los mercenarios, es una película que respira el aroma del cine de acción de los ochenta. Un cine de acción tan descartable como el título original de esta película, carente de los elementos solemnes y graves del género en la actualidad, sin esa arquitectura calculada al máximo, con guiones tan pensados como obvios en su cadena de giros supuestamente imprevistos.
Los mercenarios es una exaltación del héroe masculino, un elogio de la nobleza del macho, llevando a un plano reflexivo cuestiones de los personajes que eran tomadas como algo natural en la acción de los ochenta. Podríamos decir que esta película es esencialmente ochentosa, el pico máximo de una tendencia que Stallone venía anunciando con los últimos revivals de Rocky y de Rambo. Su condición de film anclado en los ochenta podría suponer que estamos ante un film demodé, pero esto no es para nada así. Stallone sabe como hacer que los ochenta sean una referencia y un elemento propio de la génesis del film, pero jamás una pesada carga. Al contrario, la conciencia de Stallone es la de aquel que no desvaloriza el cine de acción actual, pero entiende que determinados actores, protagonistas o secundarios, del presente, podrían haber funcionado perfectamente en aquella década (Jet Li y, principalmente, Jason Statham, así lo prueban), porque poseen un espíritu y una fuerza esencialmente corporal, y no se someten a los dictámenes del digital, que es capaz de volver fornido al más débil.
Es más, la esencia de Los mercenarios hace que poco le importe al espectador las cifras comerciales de la película. Si tenemos en cuenta que Stallone es uno de los pocos, o probablemente el único, que ha logrado colocar en el puesto más alto de la taquilla a sus películas en cada una de las últimas cinco décadas, estamos ante un récord que merece ser atendido, porque habla de la enorme popularidad de la que goza el actor, intacta aún a pesar de seguir colocándose en la piel del héroe de acción a sus más de sesenta años. Pero semejante récord importa muy poco a la hora de apreciar esta película.
Volviendo a la generosidad de Sly, que se nota en esta película más que en toda su carrera como actor y director, podemos detenernos en el merecido lugar de partenaire principal que le otorga al gran Jason Statham, el mejor de todos sus herederos, en el lugar ambiguo en el que coloca a Dolph Lundgren, un héroe de acción que también supo brillar como su rival en Rocky IV, o en el personaje que le entrega a Mickey Rourke, quien nunca fue héroe de acción y aquí tampoco lo es, sino que ocupa un rol más reflexivo. Pero si de generosidad se trata, basta ver la brevísima escena que comparte Stallone con dos referentes ineludibles de los ochenta, Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger. Cual si fuera una reunión de amigos, o por lo menos de viejos colegas, a la que nos han invitado especialmente, asistimos a esta escena, que se inicia con el pomposo ingreso de Schwarzenegger al lugar en el que se reúnen para que el personaje de Willis les proponga una nueva misión. Con un picante diálogo entre ambos, y con chistes tan obvios como graciosos, como la frase de Stallone cuando Schwarzenegger se retira (“Quiere ser presidente”), Sly, Willis y Schwarzenegger nos demuestran que son tan conscientes de lo autorreferencial de este producto, como lo entendemos nosotros al momento de verlo. A fin de cuentas, éste es un encuentro cinematográfico que ni en sueños hubiésemos podido imaginar.
El argumento no nos deja lugar a dudas, estamos ante una trama imposible, con un grupo de salvajes yanquis combatiendo a un dictador sudamericano que gobierna sometido a los designios de un desequilibrado ex agente de la CIA. Es verdad que ésta tiene algún anclaje medianamente verídico, pero la forma absolutamente estereotípica del argumento y de los personajes, principalmente de los villanos, favorece el lucimiento de su esencia descartable, lo que potencia el homenaje a los ochenta, la década prodigiosa del género, una década que ha cosechado obras maestras y un sinnúmero de productos desechables del cine de acción (muchos de ellos, sinceros placeres culposos de una gran cantidad de espectadores). El mejor ejemplo de su preferencia por lo descartable, o lo decididamente vulgar, aparece cuando escuchamos a los habitantes de este país sudamericano hablar un español atravesadísimo, propio de extranjeros (las escenas fueron filmadas en Brasil). Este apunte inverosímil, que en una película que intenta mostrar cierta seriedad resultaría imperdonable, en Los mercenarios apoya la génesis de su planteo estético. Lo estereotípico y lo inverosímil apuntan hacia el mismo fin y Sly lo sabe perfectamente. De la misma manera, Stallone le adosa a la acción una tendencia gore que ya había expuesto en la última de Rambo. El exceso de sangre, despanzurramientos, destripes y decapitaciones, que en los ochenta sólo estaban destinados al cine de terror más marginal, acá funcionan por la ostensible despreocupación de Stallone por lo real o lo irreal, una decisión que aliviana al máximo la propuesta.
Stallone se divierte, se ríe (con su rostro petrificado por el bótox) y nos hace reír, haciéndonos creer que sigue siendo un titán a sus sesentas. Lo único que se toma en serio es la descripción de la naturaleza y la nobleza masculina, las escenas con Rourke o el personaje de Statham defendiendo a su amor son la muestra más cabal de esto. El resto pasa a ser parte de un entretenimiento acabado que, al igual que este fantástico grupo de machos mercenarios, a quienes creemos conocer de antes desde que comienza la película, tiene la majestuosa cuota de nobleza que hoy le falta a prácticamente todo el cine de acción. Un cine que, en la actualidad, busca de cualquier modo huir de lo descartable, y así termina desembocando en lo irremediablemente olvidable.
Lo mejor de la película: Su amor por lo descartable y lo vulgar, y el modo en que celebra tanto el cine de acción de los ochenta como la nobleza de sus personajes. Un combo de actores para el recuerdo.
Lo peor de la película: Algunos elementos menores, como la pésima pronunciación del español de los sudamericanos de la película, que a primera vista pueden hacer bastante ruido y atentar contra la consideración global del film.

Título original: The expendables.
Dirección: Sylvester Stallone.
País: USA.
Año: 2010.
Duración: 102 min.
Género: Acción.
Elenco: Sylvester Stallone (Barney Ross), Jason Statham (Lee), Jet Li (Yin Yang), Dolph Lundgren (Gunnar Jensen), Randy Couture (Toll Road), Terry Crews (Hale Caesar), Giselle Itié (Sandra), Eric Roberts (James Monroe), David Zayas (general Garza), Steve Austin (Dan Paine), Mickey Rourke (Tool), Arnold Schwarzenegger (Trench), Bruce Willis (Sr. Church).
Guión: Sylvester Stallone y David Callaham.
Producción: Avi Lerner, John Thompson y Kevin King Templeton.
Música: Brian Tyler.
Fotografía: Jeffrey Kimball.
Montaje: Ken Blackwell y Paul Harb.
Diseño de producción: Franco-Giacomo Carbone.
Vestuario: Lizz Wolf.
Distribuidoras: Wide Pictures y Universal Pictures International Spain.
Estreno en USA: 13 Agosto 2010.